Catalina Garland se adjudicó el primer lugar en el Primer Concurso Literario School of Rock con el auspicio de Librabooks y Qué Leo Concón con este relato surrealista.
Siempre quise conocer esta casa, descrita sólo en boca de mi abuela… y en la sala el Tata con la música a todo volumen dirige la orquesta, alza sus manos y ve danzar a los instrumentos, los anuncia y los indica con la batuta, a medida que ingresan a esas cuatro paredes. En tanto, cientos de libros de la estantería lo observan y el sofá de felpa verde musgo, quieto, espera otro retumbar con todas esas notas llenando el barrio y las escasas casas de Colón con Manquehue.
Mientras, los vecinos se preguntan si acaso son parlantes Telefunken, me alejo un instante distraída por la música que entra por la ventana de mi departamento. A lo lejos escucho a la princesa con su Baby One More Time y entonces me concentro, regreso y sigo escribiendo. Camino por las piezas y veo a la Yaya cantando con su voz soprano alguna ópera italiana o algo en francés. Luego, el pasillo hasta la cocina, el garage, el juego de trenes eléctrico y la pequeña puerta misteriosa. Entro sigilosa, por fin, a mirar el aparato escondido, prohibido y me acerco al botón rojo cuando de repente me sorprende el Tata. Me explica que el secreto es pensar en algo importante, en algún lugar deseado, pero mi mente no se aleja de Queen y la mezcla de estilos de mi banda favorita; lo clásico del Tata, la ópera de la Yaya y el Rock.
De pronto el rojo se hunde entre mis dedos y aparecemos entre la multitud gritando y contestando “Ero” en el Wembley Stadium. No lo puedo creer: Freddie con sus pantalones blancos y franjas rojas y su chaqueta amarilla de hebillas cuadradas. Entonces nos sorprendemos de estar en la primera fila del concierto ícono. Salto de emoción, cierro los ojos mientras la Cler, mi profesora y directora de la Sede Los Domínicos, se pregunta por qué estoy con la voz tan ronca o es acaso un problema de la mesa de sonido.
La fiebre subía y los jarabes ya no hacían efecto en mi garganta. Podría no haber ido, pero no me hubiese perdonado fallarle al grupo de mi ensamble, ni al otro en el que colaboraba justo con mi vestimenta de pantalones blancos con franjas rojas que me hizo mi mamá y la chaqueta amarilla que me compró mi abuela, con la que canté, también, junto a mi compañera con rostro pintado de Bowie. La faringitis no me impidió gritar todos los “Eeeoo”, antes de que la voz disminuyera y el público pudiera contestarnos al unísono previo al “All Right”. Es 25 de mayo de 2019, en el Barrio Bellavista, antes de la Pandemia, cuando toser no era pecado.
"...y aparecemos entre la multitud gritando y contestando “Ero” en el Wembley Stadium. No lo puedo creer: Freddie con sus pantalones blancos y franjas rojas y su chaqueta amarilla de hebillas cuadradas. Entonces nos sorprendemos de estar en la primera fila del concierto ícono."
Cumplí 17 este año, 2022, mi último en SOR menor. Nunca conocí al Tata en mi tiempo ordinario, pero en el extraordinario cruzo la puerta prohibida, toco el botón rojo, para ir juntos a escuchar a Queen con Montserrat Caballé e incluso a ver a la Princesa del Pop en vivo… y cuando cierro los ojos arriba del escenario, pienso en él y me transporto en el tiempo a todos esos conciertos de aquellos a los que homenajeamos en cada show.